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La Iglesia del Futuro y el Futuro de la Iglesia

No me cansaré de repetir que la Iglesia del Futuro o el futuro de la Iglesia dependerá de la centralidad y pureza de su predicación. Y es que cuando Cristo dijo: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", por más vueltas interpretativas que le demos a su declaración, se refería a la gran verdad que Pedro acababa de reconocer: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente." La gran verdad que no le reveló ni carne ni sangre sino el Padre celestial. Y en un sentido más amplio toda la Escritura, que es inspirada por Dios, tiene la función de revelarnos a Jesucristo como su eje central.

Con esto en mente es que tenemos que ver a Pedro utilizando "las llaves del Reino" en su predicación el día de pentecostés, la conversión de miles de personas y su unión a la Iglesia por el Espíritu Santo.

Dicho esto, insisto en que la iglesia del futuro y el futuro de la iglesia dependerán de la centralidad y pureza de su predicación. Uno puede dejarse impresionar por las luces, el ambiente teatral, el sonido, los recursos musicales de una iglesia y su adelanto tecnológico; pero Cristo no dijo que iba a edificar su Iglesia con estas cosas sino con la gran verdad del evangelio. Podemos añadirle a lo anterior a un pastor que sea un buen comunicador, de esos que son excelentes entretenedores, contadores de cuentos, amenos, chistosos, autobiográficos, motivadores y superhéroes, pero el resultado final será hinchazón; y "no hay que confundir gordura con hinchazón".

Lamentablemente hay tantas iglesias hoy, que se han vuelto adictas al dulce y los entremeses, y han perdido, si es que alguna vez lo tuvieron, el gusto por el alimento sólido de la Palabra de Dios y la buena predicación de ésta. El resultado es una iglesia enferma. Y una iglesia enferma no puede hacerle frente a las "puertas del infierno" en este presente "siglo malo" que nos ha tocado vivir.

Cada iglesia y cada pastor es responsable por su propia generación. Y, en el último análisis, la centralidad de la predicación y su pureza serán determinantes en la edificación de la iglesia del futuro y en el futuro de la iglesia. Como creyente no exija menos que esto en su iglesia y a su pastor; y como pastor no le de menos que esto a su iglesia. Usted está ahí para predicar la Palabra de Dios, para ser un ministro competente del Evangelio.

Y para finalizar, quiero aconsejar a los predicadores a tomar un buen curso de homilética con un buen maestro de esta disciplina. Porque muchos buenos mensajes se convierte en malos sermones por falta de una buena homilética. Por eso le escribí a un recién nombrado profesor de homilética de una prestigiosa institución: "Mis sinceras felicitaciones. Y mis más ardientes deseos de que forme buenos predicadores: que prediquen La Palabra, que no lean sus sermones, que sean pertinentes, que lo hagan cálidamente y que no sean aburridos. No hay nada más lamentable que tener que aguantarse a un mal predicador. Dios se merece lo mejor." ¡Y la iglesia de Dios, también!

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